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apilar, comprender, ficcionar | Bárbara de Lellis
Curaduría Mariana Rodríguez Iglesias
En Apilar, Comprender, Ficcionar, Bárbara de Lellis nos invita a un pacto de lectura un tanto olvidado entre lxs artistas contemporáneos –tan atravesadxs como están por la estética del yo y la lógica de la autorreferencialidad. Me refiero a la firma de un contrato invisible para acceder a creer –y crear con ella– la ficción de un mundo con reglas propias.
En su novedad, el arte establece en nosotrxs una pregunta y abre caminos hacia el conocimiento. “Toda obra –señala Hans Georg Gadamer en La actualidad de lo bello– deja a quien la recibe un espacio de juego que tiene que rellenar. Se trata de un acto sintético: tenemos que reunir, poner juntas muchas cosas. Como suele decirse, un cuadro se «lee», igual que se lee un texto escrito”. Al experimentar el arte aprendemos a demorarnos (o perder el tiempo, como en la fiesta) pero lo hacemos de un modo específico: “es preciso demorar y privilegiar una u otra facultad sensorial, que reunida con el pensamiento, nos dejará estar con la obra, escucharla hablar, leerla, para comenzar ese juego transformador que nos provoca la presencia de una verdad extraordinaria y que termina por hacernos hablar con ella, de ella”.
Desde el año 2013, Bárbara viene dejando aparecer en sus pinturas paisajes marcados por los accidentes, sacudidos por montañas o bruscamente interrumpidos por acantilados. Mientras inventaba este espacio, también fue dándole forma a un tiempo: desde los títulos, nos propone la noción de eras propias de este universo (pienso en las pinturas “Edad roja” y “Año de la fuente ancestrísmica”). También vemos unas estructuras o arquitecturas de funcionalidades opacas pero aunque no sepamos para qué sirven están señalando la presencia de seres; y si hay cultura, seguramente, también encontremos lenguaje. Me pregunto ¿qué juegos practicarán las infancias en este planeta irreal y posible?.
Hoy, en Talenta Galería, ofrece su primera exposición individual y aprovecha esta oportunidad monográfica para ajustar el campo visual de su ficción. Si seguimos la cronología de su realización, el movimiento se parece a una zambullida. De la pintura de mediano y gran formato pasamos a la cerámica y con éstas, hacemos foco sobre la manera en que se recrean los seres más pequeños que habitan este planeta inventado. Una operación por fractales: desde lo macro a lo micro; de la naturaleza ficcionada que lo contiene todo hasta la subjetividad que de allí emerge; del paisaje intervenido por una cultura inventada a las prácticas,representada en el juego, del ámbito doméstico; de la mirada general, desde lejos, a la posibilidad de usar las propias manos, tocando las cerámicas. Antes que una dualidad, es el registro de intensidades de un polo al otro.
A través de sus pinturas y cerámicas, entendemos que en este planeta de acuopistas, fuentópedas y torreductos los seres que lo habitan se vinculan con el tiempo y el espacio de una manera que nosotras, simples mortales del planeta azul, no podríamos comprender. En el espacio futuriano las extensiones se perciben de otra manera y el tiempo no es algo “que pasa”: es duración permanente. Sin embargo, lo lúdico sigue teniendo la misma función que conocemos las terrícolas: es un entrenamiento para comprender la vida; son excusas para vincularse con otrxs; desde el acto de apilar, contactar con lo infinito y su constante expansión; e inmersas en el juego, experimentar el tiempo como algo circular y permanente.
Es notorio el riesgo que está asumiendo la artista en un contexto contemporáneo hipnotizado por los relatos del yo; es el riesgo de inventar otros posibles, dentro de lo posible; es lo que en filosofía se conoce como espacio heterotópico, aquello que reemplazó toda utopía de unidad. Si la utopía es el no-lugar, la heterotopía es la realidad en la que conviven numerosas "utopías" más pequeñas, menos pretenciosas, ajustadas a micro subjetividades y pequeños relatos.
Recordemos otra frase perenne de Hans-Georg Gadamer: "la experiencia de lo bello se caracteriza por el reconocerse en una comunidad que disfruta del mismo tipo de objetos bellos". No habría hoy, por lo tanto, una experiencia estética que logre homologarse a todo lo bello de manera consensuada. La nueva religión –en términos de "eso que nos une/religa"– es la subjetividad de la obra: las comunidades en torno a ciertas afinidades, ligeras, pequeñas, que no pretenden hacer patria, ni reemplazar grandes verdades. Vemos belleza y nos hace sentir bien porque al mismo tiempo nos reconocemos dentro de una comunidad más grande que nuestra individualidad. De eso se trata esta exposición, de ofrecer una pequeña utopía donde el arte, el juego y la fiesta sean el centro en torno al cual sigamos orbitando.
Mariana Rodríguez Iglesias
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