‘nido remoto’ | lucía rivero

Modos de pintar, modos de estar en el mundo. De entre las muchas formas de acercarnos a ver y sentir los trabajos de Lucía Rivero, a mí me atrapan las escenas que ella imagina a medida que recorre territorios físicos, pero sobre todo afectivos. El andar de su práctica artística integral, que busca sostenerse en diálogo con la naturaleza y con los otros, es la clave de entrada a los pluriversos que propone.  Ante ellos, más preguntas que respuestas: ¿Qué ve una artista como Luli cuando cierra los ojos en un bosque de vitalidades que aún le reverberan? ¿Qué se lleva una pintora de los mundos hacia su mundo? ¿Cuántos días cada día, de deriva en los territorios, se conjugan en la imaginación ferviente de una artista? La obra de Lucía, tan personal, tan opaca, tan poética, nos ayuda a pensar qué pueda ser la belleza hoy, en un presente intenso de naturalezas en peligro, de especies que laten allí, escondidas para preservarse, y es el ojo de la artista la que logra encontrarlas. Lucía una vez vió un animal mirándola, y lo tradujo en tinta, pigmento, acrílico, polvo, línea y mancha, haciéndose cargo de esa mirada de nido para que no muera.   Entonces, la pintura es el nido mancha, el nido color, que logra superar cualquier ausencia y vuelve a actualizar vínculos a través de formas.  Las criaturas de Lucía salen de su casa para seguir sosteniéndose en la fantasía madriguera que las hace real. Porque la materia para esta artista no es un agente extraño, ni es un recurso a su disposición. La materia es una subjetividad nueva, aliada, amiga, con la que nuestra pintora reflexiona e investiga, se pliega y despliega.  Aquí hay olor a rama y barro: la madriguera es dispositivo amoroso que nos abriga. Lenguaje de la escultura, la arquitectura, el objeto. Háptico, táctil, óptico. Una memoria sensible, vital, de la tierra y sus seres amados. Este olor es signo de vuelta a casa, de espera y esperanza, para las cuales también hubo su demora, porque hubo que hacer otros recorridos para llegar a ella.  Como en toda la obra de esta artista, permanecer en el cieno grumoso significa trabajo de autora concentrada. Soñar, sentir, seguir la huella para encontrar esos muchos otros posibles.  La práctica artística sigue hoy un paradigma investigativo. Pero no es de tipo académico. Tiene un método propio, crítico pero sobre todo sensible. Ilustrar ha estado muy ligado a la ciencia. Pero aquí Lucía le da su vuelta particular, para ella es una práctica de bosque. Blanda, suave, crujiente, nutrida por la luz que se cuela entre follajes y troncos.  En sus mundos representados, Lucía apela a un espectador que recorra, que visite, que sea parte activa a través de su propia  imaginación. Se puede entrar por una mancha, se puede entrar por un tinte de paleta quebrada, donde el color nos refugia. Se puede entrar por una forma que se organiza y desvanece camuflándose y activándose según cómo la veamos, según cuánto pongamos de nosotres en ella. No terminamos de saber mucho sobre estos microcosmos creativos, pero sí sabemos que son nuestros porque son absolutamente de la autora, que invita.  Pintar es habitar. En esta forma peculiar que tiene el gesto creador de Lucía, habitar es hacer una madriguera e invitar a compartirla. Entramos a este mundo de artista que, sea donde sea donde esté viviendo no deja de crear sentidos que hospedan, abriendo la oquedad de lo inédito para solazar nuestra potencia perceptiva. Entremos en este juego, descansemos en estos nidos, aceptemos la propuesta de Lucía porque también son nuestros.  

Kekena Corvalán