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un millón de labios móviles | Melina Lo Bue
Bajo la superficie de cada hoja hay un millón de labios móviles
que se dedican a devorar anhídrido carbónico y despedir oxígeno.
La vida secreta de las plantas. P.Tompkins y Ch.Bird
Hay plantas que avisan a otras plantas del peligro. Plantas a las que las mueve la competencia de otras plantas. Plantas que huelen a carne podrida porque donde ellas viven sólo abundan las moscas o los escarabajos carroñeros y los necesitan para la polinización -prescindir de la coquetería es requisito de la supervivencia-. Hay plantas mimosas, miméticas, perezosas, cazadoras, constructoras, suicidas, adivinas, nómadas.
Cuando Melina Lo Bue asumió que le fascinaban las plantas buscó explicaciones. Una manera de encontrarlas era dibujándolas. Nacieron así estas morfologías minuciosas, una suerte de joyería botánica que combinaba con naturalidad observación y fantasía. Sus fuentes eran imágenes de especies reales y las elegía por alguna cualidad sobresaliente. Esa característica suele ubicarse en las esquinas del dibujo, un comentario gráfico y algo críptico sobre el poder del ejemplar en cuestión. En el dibujo del lazo de amor, por ejemplo, vemos un pequeño cilindro que resulta ser un purificador de aire. Colocada en un interior reducido, el lazo de amor, también llamada malamadre, cinta o araña, es capaz de renovar el aire en menos de 24 horas. Melina absorbió la información como si de ciencia ficción se tratara. Los relatos eran tan hipnóticos como inverosímiles. Se dedicó entonces a confeccionar un listado de comportamientos del reino vegetal. Altruista o sobreprotectora, la planta presentaba curiosas analogías con la conducta humana.
Heredera involuntaria de Cleve Backster, el agente de la CIA experto en interrogatorios que en los años `60 utilizó el polígrafo para demostrar la percepción extrasensorial de las plantas, Melina sostuvo su empático acercamiento al mundo vegetal. De la ciencia tomó prestadas algunos protocolos: la clasificación, el dibujo meticuloso y el despiece didáctico de la ilustración botánica. Este traje formal fue cediendo paso paulatinamente a la narración. Estilizaciones, ensambles, atmósferas incipientes, torsiones e intenciones de desplazamiento, son algunos de los recursos de los que Melina se vale para contar el drama de un éxodo, la secreta alianza entre tallos, el fulgor de un estambre, o un ocaso radicular. No es casual que en uno de los dibujos haya incluido atributos como la mitra, la férula o la cruz. Su oficio de joyera la entrena para concebir el accesorio como un reservorio de significado, un identikit ornamental.
Las estrategias del reino vegetal son como los mejores policiales nórdicos, debajo de esa tenaz inmovilidad los sucesos se multiplican, espeluznantes, mínimos y bellos, invariablemente orientados a cumplir un destino. Los vestuarios de Björk ya lo demostraron: la naturaleza es un estímulo delirante de texturas y la metamorfosis es un artilugio de las formas. Los ejemplares que Melina diseña se integran a esa misma genealogía: describen la maravilla, protegen lo minúsculo y alojan el exotismo que silenciosamente nos rodea.
Verónica Gómez